(ANS – Roma)– Estoy en África desde hace veinte días y puedo decir sin duda que es mi mayor campo de entrenamiento para la vida. He visto lugares, encontrado personas que realmente están cambiando la forma de ver la vida. Uno de los protagonistas de este increíble viaje es un niño llamado Messi, quizás de 10 años de edad. En realidad ni siquiera él lo sabe. Es el testimonio de un joven voluntario misionero en África.

Por, Nicola Tocco

Messi no es su nombre real, por supuesto, pero todo el mundo lo llama así debido a su única camiseta que lleva con el nombre del fuera de clase Argentino. Messi es un niño tímido, reservado, atento y cariñoso. Siempre está con nosotros, nos sigue y nos acompaña dondequiera que vamos señalando el camino correcto.

Hace unos días hicimos una excursión un poco difícil a una colina cerca del centro que nos aloja y Messi estaba allí: él estaba con nosotros, ayudándonos en las subidas, nos tomaba de la mano y nos motivaba. En algún momento llegamos a la cima de la colina desde la que, de la nada, comienza el mercado de Soddo (Etiopía): una multitud de proveedores, una gran extensión humana. Nuestra llegada genera asombro y curiosidad y en pocos minutos nos encontramos rodeados de niños que nos piden una foto, que aprietan nuestra mano o piden nuestros nombres.

Yo secuestrado por el calor humano me detengo y también debido a la oscuridad que descendía pierdo contacto con el resto del grupo: me doy la vuelta y no veo a nadie, miro y no les encuentro, hasta que, cuando empecé a tener un poco de miedo, de la nada aparece Messi, tomó mi mano, me llevó fuera de la multitud llevándome hasta mis compañeros. A partir de ese momento no se separa de mi, convirtiéndose en un pequeño ángel de la guarda.

Messi nunca nos ha pedido nada a cambio, ni un regalo, ni ropa, como a menudo muchos niños hacen naturalmente cuando nos reunimos. Ha mantenido una compostura y dignidad inusual para un niño de su edad.

Para agradecerle, al día siguiente le dimos una camisa que tenía en mi maleta que coincidencialmente llevaba el nombre de su jugador favorito. Ahora no puedo describirles cómo se transformó su cara, cómo sus ojos han expresado una gratitud y una sensación de felicidad que en 27 años nunca había visto.

Estoy en Etiopía desde hace tres semanas y de esta tierra aún no entiendo nada. Mientras menos tienen más sonríen, mientras menos alimentos más encuentran la fuerza para cantar y bailar en las calles, mientras más sucios más cuidan de que estés siempre limpio y ordenado. Hay algo que me dice que probablemente aquello en lo que nosotros "evolucionados" creemos, no es tan cierto, muchos de los prejuicios que queriendo o no caracterizan nuestras vidas van gradualmente desencajándose y destruyéndose. Mientras escucho, conozco, experimento y me pongo a jugar, agradezco a Messi y a sus ojos y rezo a Dios para que le dé el futuro que se merece.

(Traducción, Andrés Felipe Loaiza, SDB)

Publicado el 21/08/2015