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12/11/2007 - Homilía en la liturgia de beatificación del Venerable Siervo de Dios Ceferino Namuncurá (1886-1905)
Imagen Service-HOMILÍA EN LA LITURGIA DE BEATIFICACIÓN DEL VENERABLE SIERVO DE DIOS CEFERINO NAMUNCURÁ (1886-1905)

Chimpay, 11 de noviembre de 2007

Lecturas:Ex 3,1-9.15; Romanos 12,9-21; Lucas 10,21-24

Eminentísimos señores cardenales, excelentísimo señor vicepresidente de la República, excelentísimo señor obispo de Viedma, ilustres autoridades civiles y militares. Queridos hermanos en el episcopado, señor Rector Mayor de los Salesianos, queridos hermanos en el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas,
sobre todo mapuches, queridos hermanos y hermanas de toda Argentina.
Es hoy la primera vez que se hace una beatificación en Argentina, ¡la primera vez! Y es también la primera vez que se hace una beatificación no en una gran ciudad, sino en un pueblo pequeño, pero grandísimo por esta muchedumbre de amigos de Ceferino.
Quiero que me disculpen por mi lengua, pero intentaré hablar castellano.

1. “En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó: te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra”. En esta santa misa que tengo la inmensa alegría de presidir, concelebrando con mis hermanos en el episcopado y con tantos sacerdotes acompañados de numerosos fieles vendios de diversos lugares de esta nación, doy gracias al Señor por todos los que os habéis congregado aquí formando una multitud jubilosa para participar en la beatificación del Siervo de Dios Ceferino Namuncurá. A todos los saludo y expreso mi gran afecto con abrazo y paz.


Hoy, junto con Jesús y con toda su Iglesia, y llenos de la alegría del Espíritu Santo, damos también nosotros gracias al Padre, como Jesús, al Padre Señor del cielo y de la tierra, y Ceferino nos mandó un cielo perfectamente azul.
Porque Dios ha revelado a la gente sencilla y no a los sabios del mundo, los profundos misterios  de su vida y de su amor.
Dios comunica su vida, es decir la santidad, a los pequeños, a los pobres, a los que tienen sed de justicia, a los que luchan por la paz, a los perseguidos, a los que se empeñan cada día en vencer el mal a fuerza de bien.
El episodio asombroso de la zarza ardiente, tan importante en la revelación del Antiguo Testamento, nos recuerda que entre la creatura y el creador hay un abismo de por sí infranqueable. Sin embargo en Jesucristo - el Hijo de Dios que se hizo pequeño y pobre, y que se anonadó hasta la muerte de cruz - ese abismo ha quedado colmado, de tal manera que quien cree en Él puede participar de la vida misma de Dios.

Hoy celebramos estos prodigios de la gracia en un joven mapuche, Ceferino Namuncurá, hijo del Gran Cacique de la Pampa. El Santo Padre Benedicto XVI, a quien expresamos con afecto nuestro agradecimiento, ha querido que este muchacho de 19 años sea inscrito en el catálogo de los beatos.
Pero ¿quién es Ceferino, y cuál es el "secreto" de su santidad?.

2. Como bien sabemos, Ceferino nació en una familia ilustre y generosa de la poderosa tribu de los aborígenes mapuches, en tierras de Patagonia.
La santidad pudo florecer en él, porque encontró un terreno fértil y rico en  cualidades humanas propias de su tierra y de su estirpe, cualidades que él asumió y perfeccionó.
Nos agrada ver en el beato Ceferino toda la historia, tantas veces dramática, de su pueblo. Él resume en su persona los sufrimientos, aspiraciones y anhelos de los Mapuches, a los que durante los años de su infancia le fue anunciado el Evangelio y abriéndose ellos al don de la fe.
Alabar hoy al Señor  por el beato Ceferino significa recordar y apreciar en lo más hondo las antiguas tradiciones del pueblo mapuche, audaz e indómito, al mismo tiempo que nos ayuda a descubrir la fecundidad del Evangelio que nunca destruye los valores auténticos que hay en una cultura, sino que los asume, purifica y perfecciona.
La misma vida del nuevo beato es como una "parábola" de esta profunda verdad. Ceferino jamás olvidó que era mapuche. En efecto su ideal supremo era ser útil a su gente. Ahora bien, su encuentro con las enseñanzas del Evangelio hizo posible que realizara su aspiración fundamental desde una nueva perspectiva: Deseó ardientemente llegar a ser salesiano y sacerdote, "para mostrar" a sus hermanos mapuches "el camino hacia el cielo".

3. Como modelo de vida eligió a Santo Domingo Savio. Este alumno predilecto de Don Bosco fue proclamado santo por Pío XII en 1954, y con ello se canonizaba en cierto modo la "receta simple" de la santidad, que el "padre y maestro de los jóvenes" -san Juan Bosco- entregó un día a Domingo. Una receta que más o menos dice así: "Que estés siempre alegre; cumple bien tus deberes de estudio y de piedad; ayuda a tus compañeros, a tus hermanos”.

La alegría, ante todo. “Sonríe con los ojos”, decían de Ceferino sus compañeros. Era el alma de los recreos, en los que participaba con creatividad y entusiasmo, a veces incluso con ímpetu. Era el hijo del gran cacique ¿no? Era prestidigitador, lo que le mereció el título de "mago". Organizaba diversas competiciones, y enseñaba a sus compañeros la mejor forma de preparar los arcos y las flechas, para adiestrarles posteriormente en el tiro al blanco.

Don Bosco recomendaba también a Domingo Savio sus deberes de estudio y de piedad. Ya en Italia, en el colegio salesiano de Villa Sora, en Frascati, Ceferino logró en pocos meses ser el segundo de la clase –a pesar de que tuviera alguna dificultad con la lengua italiana–. En su expediente académico destaca su óptimo resultado en latín, el primero de la clase, era un requisito importante para ser sacerdote.
La devoción, la piedad de Ceferino era la característica de los ambientes salesianos, anclada firmememente en los Sacramentos, particularmente en la Eucaristía, considerada como "la columna" del sistema pedagógico de Don Bosco. Por esto esto Ceferino desempeñaba con gusto el cargo de sacristán. Durante los meses en que estuvo en Turín, en el primer colegio fundado por Don Bosco, -yo también he estado en este colegio para hacer mis estudios de escuela media y de gimnasio- se le podía ver pasar largas horas en el Santuario de María Auxiliadora, en íntimo diálogo con Jesús.

En fin, Don Bosco recomendaba a Domingo que hay que ayudar a sus compañeros, a su prójimo, a sus hermanos.
A este respecto es impresionante el testimonio de un salesiano, don Iorio. Tres días antes de que muriera Ceferino, don Iorio fue a visitarlo al hospital de los Hermanos de San Juan de Dios de la Isla Tiberina en Roma. Nuestro beato, al que le quedaba poco tiempo de vida le dijo: "Padre, yo me marcharé dentro de poco, sin embargo le encomiendo a este pobre joven, que tiene su cama junto a la mía. Venga con frecuencia a visitarlo... ¡sufre tanto! De noche casi no duerme; tiene mucha tos...". Ceferino decía esto a pesar de que él mismo se encontraba en una situación mucho peor, ya que de hecho no podía dormir nada.

4. Todos los que entran en la Basílica de San Pedro en el Vaticano pueden ver en la parte alta, en el último nicho a derecha de la nave central, una gran estatua de san Juan Bosco, que señala el altar y la tumba de san Pedro. Junto a Don Bosco están dos jóvenes, uno tiene facciones europeas y el otro los rasgos típicos de los latinoamericanos, de los mapuches. Este es Ceferino, cerca de Don Bosco, ¡en la Basílica de San Pedro! Es la única representación de jóvenes que se encuentra en la Basílica de San Pedro, queda así esculpido en marmol, en el centro de la crisitiandad, el ejemplo de la santidad juvenil, y al mismo tiempo queda reflejada la perenne validez de las intuiciones pedagógicas de Don Bosco: En un siglo y medio, tanto en la Patagonia, como en Italia, como en tantas partes del mundo, el sistema educativo de Don Bosco ha dado frutos insospechados y ha forjado héroes y santos.

5. Beato Ceferino, nos encomendamos ahora a tu poderosa intercesión: ¡Ayúdanos en nuestro camino, para que podamos avanzar también por las sendas de la santidad, fieles a las enseñanzas de Don Bosco.
¡Tú has alcanzado la cumbre de la perfección evangélica cumpliendo bien los deberes cotidianos! tú nos recuerdas así que la santidad no es algo excepcional, reservada a un grupo de privilegiados, la santidad es la vocación común de todos los bautizados, y la meta laboriosa de la vida cristiana ordinaria.
Ayúdanos a comprender que, por encima de todo, una sola cosa es importante: ¡Ser santos, como el Señor Jesús, es Santo!
¡Beato Ceferino, guíanos, con tu mirada sonriente, y muéstranos el camino del Cielo! Acompáñanos al encuentro de tu Amigo Jesús.
Y quiero concluir con un saludo especial de Ceferino. En su carta de Roma del 21 de abril de 1904, escribía con su caligrafía, bellísima escritura, que podemos ver en todas sus cartas: “Saludos, recuerdos a todos, - a todos ustedes aquí congregados dice Ceferino- saludos, recuerdos a todos, mil besos y abrazos, su afectuosísimo hijo y hermano que les desea abrazos -todos nosotros abrazamos a Ceferino- firmado Ceferino Namuncurá de Jesús y de María”.
Amén

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